Reflexiones del ñaño malo

30/06/08

Querida y (muy) deseada S:

Acabo de escribir la primera línea de una carta que no sé si terminaré. Y en el mejor de los casos, es decir, si la terminara, no estoy muy seguro si deba mostrártela. Aún no me siento cómodo desnudándome por escrito. Pero siento que debo, de alguna manera, manifestar todas las sensaciones y los pensamientos que tu repentina reaparición física ha provocado en mi sosegado sistema los últimos días. No conozco otra forma que escribiendo. No sé si bien o mal, pero me da la garantía de ser completamente sincero.

Cierro mis ojos y le resto 1994 a 2008 para confirmar, luego de un meticuloso artilugio matemático, que te conozco desde hace unos catorce años y medio. Toda una eternidad si consideramos mí (nuestra) edad.

A pesar de eso, tengo que confesarte que no te quise a primera vista. Mi primera conquista –por definirlo de alguna manera- fue una niña (aún) llamada Amada.
No quiero entrar en muchos detalles, por el simple hecho de que no los hay. Pero por los pocos recuerdos que me ofrece mi cabeza de ese, mi primer drama amoroso, puedo afirmar que me veo sentado en el patio de nuestro querido colegio (que muchas veces servía de tendedero improvisado de prendas íntimas) inclinando mi cuerpecito hacia adelante en un ángulo de 45° y -sopesando mi garganta sobre el hombro de la linda Amada- le susurraba al oído. Eso es todo. Esa era la única galantería que mi (¿aún?) paupérrima creatividad infantil me procuraba en ese momento.

Con esta niña no recuerdo más pasajes que este.

Contigo, en cambio, recuerdo las suficientes como para que te entretengas leyendo (si lo estás haciendo) un rato más.

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Cuando llegaste a mi minúscula vida, lo hiciste furtivamente, sin aviso, sin reserva, con arrebato, de golpe y a la mala. Y de la nada, fuiste la causante de que mi presión arterial sufra de emoción por segunda vez.

Es verdad, tú me hiciste sucumbir a tus encantos infantiles, a tu coquetería inocentona de niña de jardín. Tú me diste el paquete completo de sentimientos, acciones, y demás chucherías que uno tiene que comprar cuando se enamora.

Me veo, por ejemplo, tratando de romperle la cara a mi buen amigo Mariano porque habló contigo más ratito que yo. O ganándome la confianza de tu (entonces) mejor amiga Paulette. Incluso, para ponerle la cereza a la torta, fuiste tú la culpable de que mis orugas estomacales evolucionen tan prematuramente y den sus primeros aleteos como mariposas (de esas que, desde la panza te indican, muy acertadamente, que la persona a la que miras o en la que piensas, te importa mucho más que como una simple amiga).

Pero como hablar (o escribir en mi caso) puede no ser suficiente prueba para ti, te pido que desempolves (si es que aún lo tienes) ese recuerdo de promoción en donde salimos todos juntos en una foto. Curiosamente, el niño que está detrás de ti, rebosa de felicidad. No puede contenerse. Obtener ese puesto para la foto le costó mucho esfuerzo, tuvo que pelearse con uñas, dientes (de leche) y hasta con dulces sobornos pagados en el transcurso de esos días. Eso y un poco de suerte.

Desde ese momento, cuando descubrí en ti, todo eso que me hacía pensar como niño grande, desee con todas mis fuerzas que tu boca y la mía se juntaran en el buen camino del Señor. O en cualquier camino por el que pudieran caminar juntas tomadas de la lengua.

Pero eso lo cuento más adelante.

Terminamos esos años como simples amigos, aunque yo me desviviera por ti, no recuerdo habértelo mencionado hasta después. En el último año, creo que tuvimos más manifestaciones emocionales, aunque no estoy muy seguro de eso. Recuerdo cosas vagas, como por ejemplo, que tu voto fuera el decisivo para que a mi se me engalardone con ese cordón huachafo que, en teoría, me colocaba como la autoridad estudiantil máxima de susodicha institución. O que fueras la única niña que llevara la falda más arriba de la rodilla (cosa que me parecía recontra excitante).

Aunque nada de esto se compara con lo sucedido el 22 de diciembre del año 2000.

Recuerdo la fecha muy bien, ¿quien no recuerda el día y la hora de su primer beso? Yo no apunté la hora, pero calculo que eran las 6 de la tarde. No recuerdo que demonios hacíamos a esa hora, supongo que esperando el fin de la (también) última reunión de mamás.

Como era prácticamente el último día en el que nos veríamos, no tuvimos mejor idea que celebrarlo a lo grande, practicando aventuradamente, el juego que nos demostraría que ya no éramos niños pequeños, sino mas bien, niños medianos: La muy ruca y popular botella borracha. Fue la primera y única vez que jugué contigo.

Caímos en la casa de nuestra amiga S, y como para emparejar la cosa, nos acompañó (de esto sí no estoy muy seguro) nuestro, anormalmente crecido, amigo A.
Empezamos la cosa muy tímidos, creo que las primeras órdenes fueron lamer el suelo o comer tierra. Sabíamos a donde teníamos que llegar, pero nadie daba el primer paso. Yo por mi parte, estaba dispuesto a rezar y cantar -mentalmente- todas las oraciones, salmos, glorias, santos, y aleluyas que fuesen necesarios para que –por intervención divina- alguno de nuestros compañeros infiriera sobre mi, el poder que le otorgaba la punta de la botella y me mandara a lanzarme sobre ti y estamparte un enorme beso de, por lo menos, un cuarto de minuto.

La hora avanzaba, y yo ya me estaba desesperando. Al punto tal que, si el pico de la botella me señalaba otra vez, carecería de escrúpulos y te mandaría a que me des ese precario beso que durante tanto tiempo esperé. Pero felizmente no tuve que hacerlo. Imagino que la angustia que me carcomía por dentro se reflejó de alguna manera en mi rostro, pues –bendita sea por eso- nuestra amiga S puso fin a mis plegarias secretas y me hizo el milagrito.

No tienes idea de la mezcla de emociones que me produjo la sentencia de S, mis mariposas se reventaban la cabeza contra mi abdomen, se mordían entre ellas, lloraban, saltaban. ¡Bien carajo! Por fin podría poner en práctica ese ritual que sólo había llevado a cabo con los espejos de mi casa, haciendo un movimiento oscilante con mi cabeza, cerrando los ojos, y lo más importante: imaginándote a ti como compañera circunstancial.

Bueno pues, ese momento se me hizo demasiado corto. A decir verdad, creo que tú no estabas del todo convencida con el beso. No lo sé, yo traté de hacer mi mejor esfuerzo. Pero cuando le das un primer beso a la mujer especial de tu vida, pues, lo normal es que te cagues de miedo ¿no?

Salí de ahí tan o más enredado que cuando llegué. Me fui a mi casa y lo medité. Hasta hoy lo medito mi querida S. Fuiste mi primer esbozo de mujer, y no sé porque demonios nunca llegamos a tener algo más que esos pequeños momentos esporádicos.

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Dos de esos momentos fueron en las vacaciones de verano. No tengo bien claro cual fue primero. Lo escribiré en el orden en el que creo que sucedió. Contigo y tu amiga Sol (más propicio no podía ser el nombre) nos fuimos una vez a Punta Negra. Todo era perfecto, el mar, la arena, la compañía. Hasta el día de hoy recuerdo que en la radio del carro de mi viejo, una tal Paulina Rubio vociferaba la letra de uno de sus hits del momento, algo así como que “tu química con mi piel hacen carga positiva”. Puag, no se lo volvería a tolerar. Si en ese momento lo hice, fue porque quería que tú y yo desarrolláramos esa intrincada fórmula de química sexual que pregonaba esa rubia delgaducha.

No lo hicimos. Muy por el contrario, en un arranque desesperado de conseguir tu atención, me adentré en el mar y traté de hacer gala de mi experiencia como nadador. Y dado que dicha experiencia no existía ni remotamente, el resultado fue que me quedara atracado en una roca luego de que el mar me hiciera volver a la realidad. Para acortar detalles, la roca que me cobijaba resultó tener conchas adheridas a su cuerpo. Así que aparte de regresar a la orilla avergonzado y con arena hasta en los calzoncillos, llegué con una fisura de 3 centímetros en mi muñeca izquierda. A pesar de mi animadversión por la sangre, te puedo asegurar que me dolió más el orgullo, así que, obviamente, mi cerebro se ha encargado de borrar -casi por completo- ese bochornoso capítulo.

Nuestro siguiente momento también se ambienta en la estación donde el sol rostiza cuerpos y obliga hasta al más sucio, a darse al menos una manito de gato. Ahí no tuvimos ninguna canción que conmemorara el momento; lo que sí tuvimos fue un paseo de camaradería con algunos amigos del colegio del que acabábamos de ser expectorados.

Fuimos a la “Laguna Azul” bajo la tutela de la mamá de nuestro agigantado compañero A. Yo había seguido dándote vueltas en mi cabeza todo ese verano, así que tenía que hacer algo. No podía dejar que te me escapes esta vez, no tenía bien claro que es lo que te diría, ni nada. No tenía nada, pero lo quería todo. Te quería a toditita tú, como sea que fuera. Así que después de un rato de nadar y serpentear por las aguas intoxicadas de cloro barato, te jalé para un costado y te pregunté algo tan repentino, que reemplazó a todo el discursito que había traído y que –lamentablemente- yacía mojado en mi traje de baño.

-“¿Aún te gusto?”- tartamudeé. No sé que diablos haría con la respuesta, tal vez la grabaría en mi cabeza y la colocaría junto a toditas la palabras tuyas que tengo almacenadas y enmarcadas en algún lugar de mis hemisferios cerebrales.

Tú sólo te animaste a asentir con la cabeza y te fuiste. Yo estaba embobado, huiste de ese rincón oscuro a donde te había invitado para que fueras mi Julieta de verano, mi damisela en bikini de dos piezas. Traté de perseguirte como reptil excitado, como si hubiera desarrollado un olfato tiburonesco y me ordenara, en ese momento, que te ataque. Si bien, no lo iba a hacer a mordiscos (aún no), algo tenía que hacer. Así que serpenteé hasta alcanzarte y te envolví con mi cuerpo, dispuesto a clavarte los colmillos.
¿Lo hice?, no lo sé, lamentablemente no recuerdo ese pedazo de la historia. Tal vez algún día en el que nos permitamos recordar todas estas cosas, me lo cuentes. Tal vez hasta armemos un poco mejor los episodios que te estoy contado ahora. Tal vez hasta me haya alucinado algunas cosas, y tú; toditita tú, serás la encargada de anunciármelo.

Después de ese paseo (donde terminé con el cabello tan dócil como el de un loco) yo daba por perdida la causa. No me quería aferrar a la idea de que no te vería en años. Aunque tampoco te voy a mentir, había otras cosas en mi cabeza, la alegría de buscar nuevo cole me llenaba uno que otro hueco emocional.

Y así fue, me inscribí, me compré mis útiles y me sentía todo un hombrecito grande yendo a estudiar a secundaria sin usar uniforme. Me olvidé de todo y de todos. Era paja estar entre tanta gente nueva (ya que, por si no lo recuerdas, toda la primaria le vimos la misma cara a la misma gente), los profesores, los 2 recreos (¡por Dios, cuando aparecieron dos recreos!). Conocí a algunas chicas lindas, muchas de las cuales (conforme avanzaban los años y les crecían algunas partes del cuerpo donde más adelante se posaría la mirada de varios de nosotros) perdieron esa inocente simpatía y la reemplazaron por una más provocativa.

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Verte fue una sorpresa. Me agarraste (como siempre los has hecho) desprevenido, con la guardia baja y en el momento menos pensado.
No sé en que momento te hablé, y si lo hice, no sé que diantres te dije. Lo siguiente que recuerdo es que te abordé a la salida de un día de esos y te dije para estar. No recuerdo si reaccionaste despistada, pero me contestaste con ese asentimiento de cabeza tan tuyo, que me revolqué de felicidad mientras te ibas a tu casa sin despedirte de tu nuevo enamorado, quien –arrecho como estaba- no podía esperar a mañana.

Te busqué a la salida del día siguiente, nuestro primer día de aniversario. Fui a reclamar el beso que me debías y a exigirte que me lo des por porción doble. ¿Y que sucedió? Nada. Aquí hay otro punto que quisiera que me aclares. ¿Qué fue eso? Porque repentinamente nos dejamos de hablar casi 7 años, si no es más. Si nos ponemos técnicos, ¿quiere decir que aún estamos? Te agradecería que me lo cuentes mientras te invito un café. Anda, no seas mala. Nos lo debemos por los viejos tiempos. Por todos los tiempos en los que las circunstancias nos sentaron juntos.

Después de eso convivimos la secundaria como 2 perfectos extraños. Tú, por tu lado, recorriste las diferentes secciones de cada grado. Y yo, por el mío, me asenté como un hongo en un solo salón, en el salón más idiotizado y prejuicioso de todo el colegio. En el salón donde ver tanto chancón te pudría el cerebro, y donde todos asumían que sabías algo que tú no tenías ni la más diminuta idea de que existía.

Crecimos así. Yo fui tratando de asentar mi cabello a como diera lugar, de usar pantalones menos pacharacos y, de a pocos, iba descubriendo las pasiones que ahora me embargan por completo (me valgo de una de ellas aquí). Mientras tú, por lo poco que mis ojos capturaban cada vez que te veían, ibas desarrollándote como mujer. Te crecieron las caderas, las piernas, y por encima de todo, desarrollaste un (perdona la vulgaridad) par de glándulas mamarias tan impresionante que me dejaron boquiabierto la última vez que te vi y que las tuve tan cerca.

Los encuentros que tuvimos después de eso, fueron fugaces. Apenas un saludo de vez en cuando, a grosso modo. Comencé a oír rumores sobre ti, pastruladas que la gente comentaba muy secretamente. No me gusta andar juzgando a las personas. No quise creer que mi tan adorable S había empezado a viajar en boca de algunos. Incluso te pusieron un apodo atorrantísimo, Uno que se formaba tartamudeando la sílaba MA, y que nunca lo oirás saliendo de mi boca.

Así terminamos el colegio, yo di mi discursito en el María Angola, y punto final. Ni me acerqué a ti, ni nada. ¡No sabes cuánto hubiera dado por seguir hablándote o algo! Me traías recuerdos especiales. Tu siempre serías mi linda S, la que –recortada de una foto- reposaba tiernamente en uno de los recobijos de mi billetera. Perdóname si alguna vez malogré nuestro momento, perdóname si soy tonto al creer que algún día tuvimos uno.

¿Con qué fin te digo todo esto? No lo sé. Como te dije en un principio, el fin de semana pasado reapareciste en mi vida y no pude contener el revivir algunas de mis ilusiones de antaño. Adivinaste correctamente que estaba nervioso, me pusiste nervioso, exageradamente nervioso. Verte convertida en eso tan lindo que vi el sábado, me ofuscó la cordura. Eras más linda que hace 14 años. Eras más mujer también. Por ahí me dijeron que tenías enamorado y la esperanza (¿esperanza de qué?) me fue cerrando la puerta. No quiero lanzarme de un barranco y decirte que te amo y que siempre te he amado por que sería purita mentira demagógica.

Lo más preciso sería decir que me gustas, siempre me has gustado a lo largo de estos 14 años. Algunas veces con más intensidad y otras veces con un poco menos. No sé si espero algo de todo esto, tampoco estoy seguro si llegarás a leer hasta este acá, o te aburrirás y me mandarás al diablo. No sé si tienes enamorado, y no te voy a mentir y decirte que no me importa, pues es mentira ( aunque, siendo realista, tampoco espero que después de esto caigas rendida a mis pies y dejes al fulanito si es que existe. Sería el remedo de una novela de muy poco presupuesto). Me importa porque sé que en el fondo nosotros podríamos llegar a ser una buena pareja. No me preguntes como lo sé, simplemente creo que nuestro tiempo fue muy corto. Me hubiera gustado vivir más contigo.

No tomes a mal nada de esto, pero el sábado sentí cierta química que bien pudo ser mi imaginación. Si fue mi imaginación, pues gracias por tomarte la molestia de leer hasta este punto y sigamos conversando como lo hemos estado haciendo, no nos abandonemos otros 7 años, ahora que he vuelto a retomar la conversación contigo no quiero que se pierda. Y si es que tal química existió, y no fue mi imaginación, sería paja que me aceptes el café y nos pongamos a conversar, de repente sí somos compatibles, o de repente nos aburrimos (o te aburres) y ahí quedó la cosa.

En general, quiero tenerte cerca de la forma que sea, quiero decirte que ese abrazo que me diste el sábado de tomó (una vez más) por sorpresa y no pude apretujarte como hubiese querido, que en ningún momento de la noche te dije que me moría por besarte, y que estabas lindísima, espectacularmente provocativa. Que quise tomarte de las manos y decir algo bonito, algo inteligente, aunque sea darte un beso en la muñeca y lamentar su estado sancochado por la sopita de pollo con verduras de Ajinomen.

Me dio un enorme placer haberte escrito. Las horas que me tomó esta carta se me pasaron volando, empecé el lunes a la 1am y mientras escribo estas últimas frases, bordean las 8pm del martes.

Espero volver a verte pronto Ñaña mala. Tal vez para tomarnos ese café, o en todo caso para saber que andas bien, y de alguna manera tratar de que asientas con tu cabeza, tan bonito, como sólo tú lo sabes hacer.

14 años de besos.

[H]

1 comentario:

  1. Esta bien,
    no tenemos los webos para tales artimañas qe creamos con tanta entrga y decidimos decirlas en cierto momento, momento qe pasa por tu cara y tu solo estas ._. callado, cagandote de miedo,
    y es qe,, suele suceder
    -)

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